Como estábamos a 11 de
agosto y de veraneo en la playa, después de cenar nos fuimos a ver
las Perseidas.
Aunque estaba algo nublado, nos esmeramos en buscar un sitio alejado
de las luces del pueblo y terminamos en una cala muy pequeña y
acogedora que nos dejaba totalmente a oscuras. Sólo se veía la
espuma de las olas al romper en la orilla. Echamos un vistazo a la
aplicación SkySafari que nos recomendaba Wicho en Microsiervos, nos
tumbamos en la arena mirando hacia el norte y abrimos mucho los ojos.
Imagen generada por Stellarium
La verdad es que las
nubes dejaban poco espacio a las Perseidas.
Así que, al rato, desilusionados con la lluvia de estrellas que no
podíamos ver, nos sentamos y, mientras charlábamos, dejamos perder
nuestras miradas en el horizonte, en la negrura de las aguas
mediterráneas. Y, al poco, ¡luces en el agua! Pero si veníamos a
verlas en el cielo...
Javier, que es un
sabelotodo, se levantó de un salto y dijo: ¡Son algas
luminiscentes! Tantos años mirando al mar y nunca las habíamos
visto. Nos pusimos a discutir sobre si existen o no en el
Mediterráneo estas partículas que emiten luz. Que sí, mirad, es
fitoplancton. Pues yo pensé que esta luminiscencia se veía sólo en
aguas tropicales. Oooooh, qué maravilla la luz azul que salía del
agua.
Mirándola fijamente,
allá en la lejanía, pensando en la suerte que habíamos tenido al
descubrir estas algas a cambio de las Perseidas, vimos cómo la luz
se iba aproximando a la orilla. Una mancha luminosa que, además, se
veía cada vez más intensa. ¡Y seguía acercándose! Atónitos,
sentados en la arena, ahora ya en absoluto silencio, veíamos
aproximarse a nosotros semejante espectáculo de luz y color.
El ruido de las olas no
nos dejaba oír las voces que también se aproximaban a nosotros, que
procedían del mar, que venían en realidad junto a la luz azul que
nos tenía hipnotizados. La verdad de aquellas supuestas algas
luminiscentes nos llegó casi de repente. La oscuridad hizo que las
aguas luminosas se convirtieran de repente en un alegre grupo de
buzos, todos con su neopreno negro, sus bombonas de oxígeno y sus
linternas encendidas. Hablaban, bromeaban, reían.
Cuando los haces de luz
se cruzaron con nosotros, los buzos se asustaron por un segundo al
vernos ahí sentados, tan callados y mirándolos fijamente. ¡Buenas
noches!, dijimos todos. Y terminamos, sentados en aquella cala,
conociendo los intríngulis de las marchas nocturnas por el fondo
marino, aunque esa noche habíamos pensado bucear entre estrellas.
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